Ilustración de Natalie Shan
Después de todo, no somos nada.
Aparecemos en un instante y en otro preciso instante desaperecemos, todo es tremendamente rápido, efímero y caduco.
Ella, se dejó arrastrar aquella mañana por una inusitada emoción contenida, ¿cuánto le duraría?, ¿horas?, ¿minutos?, no lo sabía.
Se acercó al vestidor, eligió como siempre un traje negro, diplomático, pero...en su mente de golpe apareció un nuevo color, un color deseado, el rojo, buscó, era un vestido ya desgastado por las polillas que no por el uso.
Se encasquetó un tocado en la cabeza y sin mirar el desorden organizado en el vestidor ni en su habitación ni por supuesto en su vida abrió la puerta de su casa y se marchó.
Sin llaves, sin nada más que ella desnuda por dentro, de rojo por fuera.
Deambuló, callejeó sin un punto al que dirigir sus negros zapatos y su corazón ardiendo.
Y allí mismo, tras haber dado la vuelta a la manzana se sentó en un banco de Central Park, sin esperar nada, sin fijarse tan siquiera en las asquerosas palomas que desperdigadas se helaban de frío.
Y, fue entonces, en ese preciso instante, cuando vió que se deshacia.
Se iba desdibujando, empezaron sus pies, sus tobillos, sus pantorrilas, sus rodillas y, con ellas sus largas faldas rojas.
Sí, se esfumaba en el frío banco de Central Parck sin poder hacer absolutamente nada más que observar su propia destrucción.
Y eso que hoy inusitadamente se había levantado emocionada, pero aún así, se iba despidiendo de ella misma.
Bueno...aqui estoy...
ResponderEliminarME da alegria tenerte de vuelta... pintada de rojo...y escribiendo asi de bonito...
un abrazo niña...y mucha suerte con este nuevo espacio
muaskkkk
Gracias Firenze
ResponderEliminarmuakkkkkkkk